viernes, 4 de noviembre de 2011

LA ROSCA


Cuando a la pregunta: ¿Cuál ha sido/es el día más feliz de tu vida? oigo a alguien responder: mi primera comunión, se me ponen los pelos como escarpias, no me puedo imaginar que alguien sea tan pobre en felicidad. Dios mío, si para mí fue un penar tras otro.

El primer disgusto: quería mi madre capota y lloré mucho por la corona. Naturalmente tuve que ceder en la longitud capilar, pues con corona no se lleva pelo corto, así que la promesa de mi padre de que me podría cortar el pelo para la primera comunión fue un fracaso.

Segundo disgusto y consecuencia del primero: me tuvieron que hacer la rosca para que me quedara el pelo liso. Recuerdo bajar a la peluquería y era de noche, recuerdo a la peluquera colocándome el rulo en la coronilla, y recuerdo la sensación de las horquillas cuando me sujetaban el pelo, tirante hasta hacerme oriental, para rodear aquel tubo. Tenía que dormir con la rosca puesta, así me quedaría el pelo totalmente liso al día siguiente. Pero no me lo habían contado todo…

No recuerdo haber llegado a casa ni de haber cenado (aunque supongo que mi madre o mi padre habrían preparado cena), ni siquiera recuerdo haber visto la tele. Sólo recuerdo la mala hostia de mi madre diciéndome que tenía que dormir muy quieta para que no se me deshiciese el tocado. Si que recuerdo el calor que pasé en la cama y aquellas horquillas clavándose en mi cráneo, y lo que me picaba la cabeza, y no poder rascarme porque se me desmontaba el chiringuito que llevaba en toloalto. Pero lo peor estaba aún por llegar…

No sé a qué hora sería, pero supongo ya bien entrada la madrugada, cuando me despierta mi madre y me dice: LEVANTA (con esa dulzura tan característica de ella), me sienta en una silla, se pone detrás y ejerce de peluquera: empieza a desmontar el horquillerío y mi cabeza se esponja por un momento, pero sólo por un momento, porque enseguida toma las riendas. Tenía que cambiarme la dirección del pelo y sujetarlo con las horquillas que previamente había arrancado de mi pobre cabecita (ahora sería el momento para describiros el temperamento, carácter e impaciencia de mi madre, pero lo dejo para otro día, que con estas pinceladas vale). Recuerdo haber gritado porque pensé que me estaba tirando del pelo, y lo que hacía era peinarme para quitar nudos. No sé cómo explicaros cuando me cambió la dirección del pelo, pero lo más indescriptible fue lo de clavarme las horquillas. Sí, digo bien, clavarme, porque yo, sin conocer la palabra me sentía como un ecce homo con la corona de espinas.

Cuando me levanté por la mañana busqué ansiosa los regueros de sangre en la almohada y no estaban. No había sangrado, pero me dolía el pelo de una manera abrumadora, no tanto el pelo como la raíz del mismo. Y no me pude quitar aquella tortura hasta después de vestirme y antes de ponerme la putacorona, cojones!!! Que si hubiera ido con capota como inicialmente quería mi madre tendría el pelo corto y no habría pasado por aquel suplicio.

Moraleja: hacer caso de los mayores.

6 comentarios:

  1. Siempre, yo de ese día recuerdo la comilona que tuvimos, y a mi mamá en mitad del pasillo de la iglesia arreglandome el vestido jajaja creo que en la foto de todos los niños debe salir jajaja risas infinitas jajaja que me parto.

    Un besito

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  2. Si lo publicas unos días antes, habría pasado por un cuento de halloween..

    bss

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  3. debería reopilarlos junto con los testimonios que ya tengo y sar un libro: texto imagen, texto imagen
    la primera omunion de las bolloblogueras... debería...

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  4. Me has hecho recordar algo que ya tenía olvidado, lo de "la rosca", que aquí se llamaba "el rulo", y el dolor en la raíz del pelo cuando se le daba la vuelta para el otro lado... aggghhhh.

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  5. Blau, es que la comunión en teoría es una fiesta, así que las risotadas tendríanque oirse de lejos.

    Desgraciá: entonces no había Halloween, sino una serie que se llamaba "Historias para no dormir"

    Recopila Farala, tu recopila...

    Sor Hermana, la memoria es frágil y por suerte, selectiva.

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