miércoles, 28 de septiembre de 2011

GUAPA MIA



Cada día, cuando llego al trabajo, tengo por costumbre hacer saber a Laquetecuén que ya soy sana y salva en la escena del crimen. Casi siempre le pongo alguna chorradilla o patochada, llámesele como quiera, por Dios, pero una mamarrachada siempre sale de mi teclado hacia su pantalla vía correo corporativo, que compartimos corporación, claro está.

En fin, que ayer, llego yo toda jaracandosa y alegre, saludo a mis compis y jefas varias y me siento en mi mesa dispuesta a cubrirme de gloria trabajando toda la tarde para esta santa casa autonómica y universitaria. Enfrascada en una ridícula conversación con la compi que tengo en frente, que ya recogía sus trastos, pues yo llego cuando todas marchan, enfrascada decía, abro el correo y envío a Laquetecuén un amoroso y escueto mensaje que decía: GUAPA MÍA….

Esta locuacidad diaria y demostración de amor profundo comprenderéis que me llene de orgullo y satisfacción, así que contenta como unas castañuelas comencé a poner al día esas pequeñas cosas que nos manda el divino castigo del trabajo.

Laquetecuén no se dignaba a contestar mi explícito correo y a mí ya me apretaba el hambre, así que diligente me encaminé al office ese que tenemos con su microwave, su combi, y su larga mesa que igual sirve para los desayunos que para las comidas o las meriendas.

Abrí mi portaviandas y me dediqué con inusitado entusiasmo a apretarme el delicioso manjar de régimen que degustamos ya desde hace unos meses. Comí con deleite y fruición mientras leía mis periódicos y una vez acabada la más grata tarea de toda la tarde, subí a mi despacho presta a hacerme un café para después concentrarme en mi trabajo cotidiano.

Vuelvo a abrir el correo y Laquetecuén sin dar señales de vida, así que torno a escribirle un rutilante mensaje de amor, cuando de repente observo que la dirección no es la correcta, así que vuelvo a buscar, pongo la debida y envío.

Y me quedo con un inquieto malestar, mis ojos y el cursor se van a la carpeta de enviados, la abro con un gracioso doble click y un poderoso dolor de cabeza me inunda, sólo le he enviado un correo a Laquetecuén, el segundo. ¿Dónde está pues el primero?

Releo ávida los correos enviados mientras mi pulso se acelera. Dios!!! Guapa mía es mi gran jefa, la decana. ¿Cómo yo, humilda mortala me atrevo a enviar un correo tan vulgar a tan excelsa persona…?

Acto seguido le escribo otro, ahora lengua vehicular, diciéndole que todo es un error y que lo nuestro no puede ser, que no es ella la destinataria de mis piropos y que si estamos aún a tiempo, que no abra el correo anterior, que me perdone y que me inunda la vergüenza.

Pasan las horas y esa mujer no viene. Qué hago?? Leo más prensa, intento concentrarme, pero imposible, cuando de pronto, aparece sonriente por mi puerta. La interrogo, no ha abierto su correo aún, le suplico que borre los míos, que todo ha sido una confusión. Y me dice que chica, que la he dejado intrigada y que lo leerá.

Tierra, trágame….

Abochornaíta viva asomo la patita para despedirme cuando llega mi hora, y dice la jodía: Oye, que muy bien, eh? (con tono y acento vehicular, como debe ser).

Casi lloro y la tía partiéndose de risa.

La conclusión del día es que nos fuimos a cenar Laquetecuén y yo disfrutando en una terracita de la parte antigua de un rico blanco verdejo de Rueda del que me habían hablado muy bien: “El perro verde”.

¡Qué mejor ocasión para probarlo!