viernes, 27 de mayo de 2011

El Orgullin


Laquetecuén no sabe lo que es una espicha, ni una fiesta de prau. Nunca tuve ocasión de llevarla, y este verano se lo dije, que me gustaría llevarla a uno de estos acontecimientos.

Una espicha es una comida que se hace generalmente entre amigos para celebrar algo: despedida de soltero, fin de curso. Es necesaria la concurrencia de bastante gente, por eso dos personas no suelen ir de espicha, ni cuatro, ni seis. Podemos organizar una espicha a partir de 25 personas hasta las que queramos juntar.

¿En qué consiste esta comida que no pueden hacer dos personas solas, ni cuatro, ni seis?

Antes se hacia en llagares de sidra (todos tenían un espacio para hacerla), donde se pone una mesa larga, o varias de ellas y alrededor y de pie, la gente dispuesta a comer.

¿Qué se come? Tradicionalmente eran chorizos a la sidra, tortilla de patata, bollos preñados, huevos cocidos, lacón, embutido, queso. Luego se le va ampliando lo que los bolsillos quieran pagar

Y aquí me paro para contar una anécdota. Trabajé yo muchos años en mi patria querida de profesora en un colegio de curas (pero de barrio, no pijos, eh) y un año organizaron una espicha para la cena de fin de curso (que pagaron ellos, la única que caté, creo yo).

Llegamos al magno evento en coche, pues el llagar estaba a las afueras, cuatro compañeros y al entrar nos preguntó un camarero: “¿son del colegio?”. Respondimos afirmativamente, pues era cierto y nos llevaron a un comedor que tenia unas tres mesas dispuestas ya. Nos quedamos sorprendidos viendo los centollos, mejillones, almejas, nécoras y la bandeja de langostinos a la plancha que nos pusieron en las narices. Éramos los primeros en llegar, así que tomamos posesión, sidra y empezamos por los carros de los centollos, que dedujimos había uno por barba. De repente empieza a entrar gente que no conocíamos y que se nos queda mirando cómo estábamos con el carro en una mano y la cuchara en la otra, sin esperar a nadie y sin conocer a nadie. Se nos acerca un hombre y nos dice: ¿Quiénes son ustedes? Profesores de tal sitio, dijimos orgullosos. Ah, es que esta espicha es para el colegio de los jesuitas.

Nos marchamos, avergonzados, pero con el centollo en la mano. Y cuando llegamos a la nuestra… era como la que os conté mas arriba. De las tradicionales.

Bien, continúo con la descripción. Una espicha tiene las paredes decoradas con pipas de sidra, de las que amablemente el camarero te va sirviendo

Basta con que gugueleéis “espicha” e imágenes y veréis las dimensiones del condumio.

La fiesta de prau es otra cosa. Se aprovecha la de algún pueblo cercano, pueblo pequeño, claro que celebre su romería y allí se reúnen los amigos a comer, beber, bailar y cortejar, lo que haga falta.

Y este año, por fin, llevaré a Laquetecuén a una espicha y a su fiesta de prau, en junio, porque se celebrará el finde del 24-26 El Orgullín.


¿Qué mejor ocasión?

jueves, 19 de mayo de 2011

Una herencia


Yo nunca había heredado nada, y no es que no se me haya muerto nadie. He perdido a mi padre y a mis abuelos maternos, pero nunca he recibido una herencia.

Hasta el año pasado que se murió mi tía L, hermana de mi padre y venerable maestra nacional a sus ya cumplidos 94 años.

Mi tía L era soltera y entera y vivió toda su vida con otra de mis tías, ML, también soltera y entera y compartiendo con ella el honroso cuerpo del Magisterio.

ML era una buena mujer, muy católica, muy facha pero muy buena persona, que murió en olor de santidad (eso creo yo) allá a principios de los 90 y con ellos casi recién cumplidos.

Mi tía L, en cambio, era diferente. Tenía la mujer su carácter y mal genio, muy mal genio, además de cierta fama de hipócrita y tiralevitas, muy respetuosa con las clases más altas y francamente despectiva con el populacho (válganos para su descripción el simpático detalle que viene a continuación: una de las chicas que la cuidó a lo largo de sus últimos años tuvo la desgracia de ser dominicana y por ende negra. Hete aquí que esta mi tía, en el más puro estilo de ranciedad sureña, no quería salir con ella a pasear, no fuera a ser que la vieran con una negra. Ni a misa iba con la de color, ella que nunca se había perdido una y que llevaba miles de más en la cuenta de su escapulario).

Bueno, pero no por todo esto, dejaba de ser mi tía, la única que me quedaba, hermana de mi padre y lazo directo con el pasado vetusto de mi aldea.

Fue lista, muy lista y dejó un testamento que la hizo ser más elegante y generosa tras su muerte que en vida.

Dividió sus bienes (no tan pingües) en tres partes: una para la sobrina que más caso le hizo siempre. Otra parte para el hijo de una de sus sobrinas que para ella fuera como la hija que nunca tuvo. El último tercio, fue para los siete sobrinos que quedaban vivos.

Aquí debo añadir que mi primo mas joven tiene 20 años más que yo, y los más mayores ya rozan los 85.

Como yo vivo en el exilio, lejos de mi patria querida, fue mi hermano el que se hizo cargo de proteger mis derechos hereditarios. Además de algo de dinero (reparto entre siete, no olvidéis eso), había cosas, un detalle para cada sobrino que ella dejó de su puño y letra. Los siete sobrinos se reunían en casa de mi tía y comenzaron a rebuscar entre sus cosas.

A mí me agració con unos pendientes de perlas y una cruz de mi bisabuela de allá mediado el siglo XIX, y con unos cuadros de otra de mis tías (eran 8 mujeres y mi padre el pequeño) que era pintora ¿? que murió antes de la guerra, de nuestra guerra quiero decir, no la de Cuba.

Además, y en el reparto de mobiliario, mi hermano escogió para mí una fabulosa lámpara de cristal de roca que juro cuando tenga instalada dedicarle un post.

De momento una foto de unos paisajes de principios del siglo XX. ¡¡Mi herencia!!